Los últimos estudios estiman que el ser humano ha evolucionado desde hace 4 millones de años, según vestigios encontrados en Sudáfrica, este humanoide prehistórico probablemente se alimentaba de la recolección de plantas, tubérculos, frutos, así como de insectos y animales pequeños. Todo este largo proceso evolutivo alcanzó hasta lo que conocemos como Homo sapiens, con un nuevo tipo físico conocido como hombre de Neanderthal que era mentalmente más avanzado que ningún otro ser que hubiera habitado la Tierra anteriormente. Pero el hombre de Neanderthal desapareció bruscamente, su lugar fue ocupado por los hombres modernos, hace unos 35 mil años que es la especie a la cual pertenecemos los seres humanos actuales. La supervivencia de la humanidad durante la prehistoria se logró en gran medida a la vida comunitaria, el ingenio, los descubrimientos técnicos y la capacidad social que desarrolló para comunicar y guardar la memoria de su cultura.
Pero lo que dio al hombre moderno su control sobre la Tierra no fueron sus aptitudes físicas, sino su capacidad de aprovechar y transmitir a sus descendientes la información cultural aprehendida por medio de su inteligencia.
En este proceso evolutivo el ser humano ha tenido un gran desarrollo tecnológico; aunque no ha podido hacerlo al mismo ritmo, en lo emocional ni espiritual. No hemos podido hacer que primen en nuestra conducta los actos de bondad, de solidaridad y de amor y mucho menos erradicar males de nuestra sociedad como las guerras, la depredación de los recursos naturales, los odios étnicos o religiosos.
Llegamos posiblemente al momento menos racional de nuestra historia, al más violento, más injusto y con mayor diferencia entre ricos y pobres; tenemos la mayor capacidad destructiva y estamos cada vez, sometidos a la caprichosa voluntad de grupos minoritarios. Sin embargo, en contraposición, tenemos también la mayor cantidad de conocimientos acumulados sobre la naturaleza; sobre biología, medicina, astronomía y todas las ramas de la ciencia. Tenemos los conocimientos necesarios para modificar desde el ADN hasta el clima del planeta.
Nuestra especie está en un momento de su historia en el que debe decidir si seguirá el camino de la civilización o la barbarie, el de la violencia o el amor, el de la depredación o la sustentabilidad.
Es la primera vez que debemos decidir universalmente, como especie, a nivel global; pero es una decisión que no podemos dejar en manos de los pocos que vienen rigiendo los caminos que ha tomado la humanidad en los últimos decenios, porque si la decisión es incorrecta, también es muy posible que sea la última.
Decidir correctamente; significa luchar por los derechos humanos en su acepción más amplia; exigir una redistribución de la riqueza; Luchar contra la deforestación; contra las guerras y porque haya acceso al agua limpia para todos; contra los transgénicos y los agrotóxicos; por la paz en el mundo; por el acceso a la salud, educación, vivienda y trabajo; contra el hambre y por el fin de la sociedad de consumo. No importa en cual frente de lucha nos encontremos, si su fin último es lograr un ambiente sano y una vida digna para todos, es que estamos en el mismo camino, uno que nos garantice la supervivencia de la humanidad.