Como humanidad nos enfrentamos a una crisis ambiental compleja, el clima se calienta a un ritmo demasiado rápido para que las personas y la naturaleza se adapten; la pérdida de hábitat, la conversión de los suelos y otras presiones sobre la naturaleza ponen en peligro la biodiversidad; por otro lado la contaminación del aire y del agua continúa siendo una alerta global. La gravedad de la situación requiere acciones concretas: la diversidad y conservación de los ecosistemas de nuestro planeta son la base del bienestar de las sociedades y de la prosperidad humana. Sin embargo, los avances económicos, tecnológicos y sociales han llevado a reducir la capacidad de la Tierra.
El mayor desafío es conservar la biodiversidad al mismo tiempo que se aseguran los sistemas productivos, es necesario que nuestro país y el mundo revise y modifique la forma en la cual se abastece de energía, asegura la alimentación de sus habitantes y genera recursos económicos para el desarrollo de la sociedad. El modelo productivo y comercial actual toma los beneficios y muchas veces deja las deudas ambientales y sociales en el olvido.
Estamos en el mes que se conmemora la primera Cumbe Mundial del Ambiente hace 50 años en Estocolmo, en donde se designó el 5 de junio como Día Mundial del Ambiente, bajo la consigna de Una Sola Tierra, se hace un llamado a la acción colectiva y a la transformación a escala mundial para proteger y restaurar nuestro planeta. La acción es urgente: transformar los sistemas sociales y económicos para mejorar nuestra relación con la naturaleza, comprender su valor y ponerlo en el centro de la toma de decisiones globales.
Pero contamos con una oportunidad, porque la ciencia es clara para la transformación urgente y necesaria: las economías mundiales deben reconvertirse, como también los sistemas productivos necesitan encaminarse hacia modelos más respetuosos con los servicios que la naturaleza provee.
Una sostenibilidad eficiente es aquella que se aplica de manera transversal: desde la producción de energía y productos, hasta las formas de comercio o el transporte, pasando por cómo vivimos, cómo son los sistemas alimentarios y económicos. Las decisiones sobre las políticas públicas y comerciales debe tomar en cuenta el análisis de los impactos que estas mismas acciones podrían producir sobre los ambientes, las especies y los servicios ecosistémicos asociados. La promoción de buenas prácticas productivas que incluyan la variable social y ambiental al mismo nivel que la económica, y el ordenamiento ambiental del territorio que preserve las áreas naturales de mayor relevancia, restaurar los ambientes que sean necesarios, la generación de energías renovables y asegurar la conectividad de las áreas remanentes, son elementos claves para la verdadera articulación entre producción y conservación. Sólo así, cambiando este paradigma, lograremos vivir en armonía con la naturaleza, en este, el único planeta que podemos habitar