Muchas personas afirman ser dueñas de grandes propiedades, pero así mismo deben saber, lo que dispone el ser humano es fruto de la tierra y deben sentir gratitud, que es el primer paso para respetarla y gozar de una vida más auténtica; esa Tierra que fascina con su belleza, en donde no existen las fronteras artificiales creadas por el hombre y todos los seres vivos formamos parte de una misma comunidad planetaria.
Desde ahí lo que diferencia a un insecto de una flor, a un pájaro de un roedor, y a todos ellos de nosotros; parece insignificante comparado con lo que nos une.
La humanidad está minando los recursos del planeta, poniendo en peligro la vida de otras especies y hasta su propia supervivencia; pero no solo eso, está alejándose de su principal fuente de equilibrio y bienestar; aunque se viva cada vez más alejado de la naturaleza, en muchas personas sigue latente, un sentimiento de pertenencia a ella.
Qué sería del ser humano sin árboles, sin animales, sin rocas, sin viento, los árboles, las plantas, son prueba de que toda la vida surge de la tierra; con sus raíces ancladas en el suelo han dado pie en la mayoría de las culturas para asociar la naturaleza con el modelo materno; la madre naturaleza que nos da sus frutos y de la que a su vez nosotros somos fruto de ella.
Los animales procuran al hombre alimento espiritual recordándole de dónde viene, pues compartimos un pasado común. No hay que olvidar que para llegar a ser lo que somos hoy, tuvieron que existir antes millones de especies; desde las primeras células hasta los peces, las aves, los otros mamíferos; el ser humano lleva en su interior algo de todos ellos. Solo hay que mirar los estudios sobre el genoma humano: se podía pensar que se parecería al del mono, pero, quién iba a imaginar que no era tan diferente al de la mosca
Nosotros aceptamos la dependencia, cuando contemplamos un paisaje hermoso, la mirada de la persona amada o la expresión de un animal que parece saber cómo nos sentimos; lo que tienen en común esos momentos es que nos hacen sentir vivos y llenos de amor.
Cualquier vida depende de otras con las que convive, también la del ser humano. Las culturas que han mantenido formas de vida tradicionales, como los pueblos indígenas de nuestra selva amazónica, lo saben, como lo sabían nuestros abuelos que vivían del trabajo en el campo o los dones del mar. Ellos observan la naturaleza y viven en armonía con ella, respetando sus leyes y procurando no romper el equilibrio que permite la vida; saben que dependen de ella para sobrevivir y que tomar más de la tierra de lo que puede reponer, implica pan para hoy y hambre para mañana.