La pandemia y la cuarentena pusieron en el centro de la preocupación el abastecimiento, la disponibilidad, el precio y la calidad de los alimentos. Esto nos conecta con todo nuestro sistema agroalimentario en cuyo origen están las semillas de las que depende la soberanía de la alimentación y el desarrollo agropecuario de un país. Quien controla las semillas, controla la cadena productiva y por lo tanto, la disponibilidad de alimentos; convirtiéndose en fuente de poder y de disputas. Así lo entienden las organizaciones de la agricultura familiar, campesina, que hace tiempo vienen resistiendo los embates de un modelo que despoja; frente a empresas biotecnológicas, que identificaron el enorme valor que tienen las semillas y sus paquetes tecnológicos asociados en el control de la agricultura mundial.
Históricamente, las semillas, han sido mejoradas y compartidas por los agricultores en todo el mundo, lo que condujo a una gran diversidad biológica productiva como resultado del trabajo humano. Esta forma de mejoramiento y conservación en los ambientes ecológicos y culturales han logrado desarrollar sus propiedades específicas, alcanzando la creación de miles de variedades adaptadas localmente a diversos ecosistemas y culturas. Sin embargo, en los últimos 70 años, la diversidad ha sido drásticamente reducida como consecuencia del avance de la agricultura industrial y la concentración del mercado semillero.
A partir del siglo XX, acontecieron dos hitos en las transformaciones técnicas de las semillas, por un lado, la aparición de semillas híbridas en el marco de la Revolución Verde que rompieron la identidad del grano que significó la dependencia de las empresas que proveen los insumos. Por otro lado, la expansión de biotecnologías que dio lugar a las semillas transgénicas generando grandes cambios en las estrategias de privatización del conocimiento, que condujeron a legislaciones de propiedad intelectual, por lo tanto, esos bienes comunes que circularon libremente durante miles de años ahora pueden ser privatizados y controlados por una persona o empresa que se adjudica la obtención de una nueva variedad.
Estos hechos fueron de enormes consecuencias ambientales y sociales, que afectan de manera directa en la agrobiodiversidad, la concentración de la tierra productiva; la deforestación, la contaminación por el uso masivo de agrotóxicos; y los desalojos a las comunidades indígenas y campesinas.
En nuestro país las organizaciones de agricultura familiar, campesina e indígena; movimientos ambientalistas; investigadores; y el Estado, deben aplicar experiencias de producción agroecológicas, al tiempo que se desarrollen campañas, con prácticas cotidianas, creando instituciones dirigidas a preservar las semillas nativas y criollas; que deben ser declaradas bienes comunes de la humanidad.[F]
Por: Dr. Luis Reinoso Garzón