Por: Pbro. Alcides Catota
Introducción:
En estos días se está escuchando y mirando con gran asombro cómo un pequeñísimo virus ha paralizado al mundo entero y está colapsando los más grandes sistemas sanitarios del mundo, como los de Estados Unidos, Italia y España, entre otros. Es decir, la humanidad no estaba preparada para enfrentar esta pandemia del siglo.
La humanidad, en estos últimos tiempos, más bien ha estado empeñada, con sus grandes capitales, en construir armas de destrucción masiva, en conquistar otros planetas. La ciencia y la tecnología, con sus increíbles avances, han olvidado a la humanidad. El ser humano es simplemente una ficha en el tablero de ajedrez geopolítico y económico, donde el peón puede destruir al rey. Esta sencilla comparación nos puede hacer entender cuán vulnerables somos los seres humanos. No hemos aprendido la lección que la historia nos enseña, pues grandes pandemias han amenazado el exterminio de los seres humanos que habitamos este planeta, que, por otra parte, no es de unos pocos, sino patrimonio de la humanidad.
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En estas circunstancias de dolor, miedo y desesperación para muchos, nos conviene hacer grandes preguntas o interrogantes, a los que muy difícilmente encontraremos una respuesta adecuada para el momento. Nos atrevemos a decir, con cierta propiedad y convencimiento, que el sistema capitalista neoliberal, el socialismo del siglo XXI, han colapsado; las ideologías ya no tienen cabida, y nos preguntamos: ¿Qué nos ha pasado?
El asunto es complejo. Me atrevo a decir que la armonía y el equilibrio del hombre con la tierra, la humanidad y la trascendencia, han sido destruidos. No nos hemos dado cuenta de que todo está íntimamente ligado, que los unos necesitamos de los otros, que los árboles dialogan por medio de sus raíces, que los ríos conversan en sus largos recorridos hacia el mar, que los pájaros cantan, para hablar del amor y la existencia, que la madre tierra ruge con la erupción de sus volcanes para crear vida y alimentar su ecosistema. Es decir, todo está en continuo movimiento. Entonces, ¿qué podemos decir del COVID-19? ¿Se escapó de un laboratorio? El responsable habrá cometido el peor delito de lesa humanidad. ¿O la madre naturaleza reaccionó ante tanto maltrato y contaminación? No soy científico, pero el 75% de los virus provienen de los animales.
Sin lugar a dudas, esta pandemia del coronavirus nos debe dejar una gran enseñanza: La humanidad necesariamente debe cambiar. Todos esperamos y soñamos que esta tempestad pase y venga la calma, pero no la de la indiferencia, del egoísmo, del despilfarro, de la corrupción y del individualismo.
Quiero apostar que los grandes cambios vienen desde los más pequeños, desde lo más sencillo e insignificante. La sociedad mundial que estamos construyendo no está en el camino correcto.
¿Cómo entender que el 1% de la humanidad tenga el 80% de la riqueza global, que 24.000 niños
mueran diariamente de hambre en el mundo, que más de 800 millones de seres humanos vivan en la extrema pobreza y que más de 20.000 toneladas de comida se desperdician diariamente en el mundo? ¿Qué nos está pasando? Es la soberbia y la arrogancia. ¡Qué desafío para la humanidad, luego del Covid-19!
Del dolor a la esperanza
“La pandemia del coronavirus nos obliga a todos a pensar ¿qué es lo que cuenta verdaderamente, la vida o los bienes materiales? ¿El individualismo de cada uno para sí, de espalda a los demás, o la solidaridad de los unos con los otros? ¿Podemos seguir explotando, sin ninguna otra consideración, los bienes y servicios naturales para vivir cada vez mejor o podemos cuidar la naturaleza, la vitalidad de la madre tierra y el con- vivir bien, que es la armonía entre todos y con los seres de la naturaleza? ¿Ha servido para algo que los países amantes de la guerra acumulasen cada vez más armas de destrucción masiva, y ahora tienen que ponerse de rodillas ante un virus invisible, evidenciando lo ineficaz que es todo ese aparato de muerte?1
Muchas otras preguntas se nos vienen en este momento y lamentablemente no encontramos respuesta inmediata, ante esta guerra que está enfrentando la humanidad; más bien, es oportuno y sobre todo justo rendir nuestro homenaje de gratitud y agradecimiento a esos miles de médicos, enfermeras, personal de servicio de salud, militares, policías, que incluso a costa de su propia vida están incansablemente en primera línea, enfrentando al mortal virus que ha segado la vida de miles de hermanos nuestros, que no han podido ganar la batalla. Muchos entendidos en el tema nos están diciendo que es la peor crisis que ha tenido la humanidad, luego de la segunda guerra mundial.
Ante esta lamentable y triste realidad, vale la pena hacer las siguientes reflexiones, sobre todo llenándonos de fe y esperanza:
1.El ser humano está llamado urgentemente a cambiar, a vivir la integralidad y la armonía, pues todo está interconectado. Por tanto, nadie es una isla; tendemos puentes hacia todos los lados; somos complementariedad: “Yo soy yo a través de ti”. Por tanto, todo individualismo, alma de la cultura del capital, es falso y antihumano.
2.No es posible que un reducido grupo de personas acumule toda la riqueza del mundo. Ha llegado la hora de vivir la solidaridad. Es inhumano, inmoral y antiético, que nuestras autoridades, sobre todo públicas, empresarios, deportistas, perciban sueldos desorbitantes, a costa del dolor y sufrimiento de las grandes mayorías. Esta es la peor pandemia de la desigualdad y la injusticia. Hablando del Ecuador, en concreto, ante la peor crisis económica, social y política que se nos viene, en primer lugar debemos insistir en bajar los sueldos a la mitad, reducir el número de asambleístas y de sus asesores, quitar los sueldos vitalicios a los exmandatarios, recuperar los dineros mal habidos como fruto de la corrupción y el despilfarro.
3.Los recursos naturales, sobre todo por el despiadado mal uso y la contaminación, se están agotando. A la madre naturaleza la hemos considerado un simple objeto de explotación y consumo, y no nos hemos dado cuenta que ella es un ser vivo. Decimos desde una visión y filosofía cristiana: “Dios siempre perdona, el hombre no siempre, pero la naturaleza nunca perdona”. Tenemos que cuidar de todo: de nosotros mismos, de lo contrario podemos enfermar y morir; cuidar de los otros, que pueden salvarme o salvarles yo a ellos; de la naturaleza; si no, se vuelve contra nosotros con virus dañinos, con sequias desastrosas, con inundaciones devastadoras, que son las respuestas o reacciones cuando nosotros sus hijos la hemos profanado y ofendido en su dignidad.
1 BOFF, Leonardo, art. “El coronavirus despierta en nosotros lo humano” 2020
4.A la madre tierra, esta cuarentena de los humanos le ha hecho mucho bien, pues ha podido respirar, sus aguas se han vuelto cristalinas, el majestuoso cóndor ha vuelto a volar, los leones descansan suavemente en las vías en Sudáfrica. Los ejemplos sobran. Hay que leer los signos de los tiempos. En términos teológicos, es el kairos para la humanidad, ávida de buscar nuevas estructuras, nuevos sistemas, porque los actuales han colapsado. Y quizá lo más importante, debemos estar conscientes y saber que el hombre es un ser espiritual, que busca y sueña en la trascendencia, no simplemente en el fundamentalismo religioso, que dice: aquí en la tierra, hay que sufrir; luego gozaremos en la eternidad.
5.Los pueblos indígenas tenemos otra manera de entender la plenitud y la trascendencia, construida desde la comunidad. Por eso, quiero citar a Margot Bremer, de origen alemán, pero que ya es mujer indígena del pueblo guaraní. Hablando del Sumak Kawsay, filosofía de los pueblos kichwas de los Andes, el vivir bien, que no es lo mismo vivir mejor, Margot, en su libro “Caminando juntos descubrimos los valores del otro”, dice lo siguiente: “ Dos nuevas constituciones latinoamericanas, la ecuatoriana de 2008 y la boliviana de 2009, se basan ambas en el Sumak Kawsay. En el foro social mundial 2009 en Belem /Amazonas, frente a la crisis terminal de la civilización occidental, los indígenas andinos propusieron compartir su milenario proyecto del Sumak Kawsay, el buen vivir, como alternativa a una cultura que está acabándose. Los aymaras lo llaman Suma Qamaña que significa vivir bien; hay que matizar que qamaña es una forma de pensar y vivir de manera equilibrada; estar consigo mismo, con el otro, con Dios, con la naturaleza en un equilibrio espiritual, pero a la vez implica el bien material para toda la familia y la comunidad. El equilibrio permanentemente tiene que ser reestablecido. El vivir bien o buen vivir incluye también un morir bien: el que ha vivido bien y muere, muere de una vida digna”2
Conclusiones:
Esta pandemia del Covid-19 nos ha tomado de sorpresa. De un momento a otro, nos hemos paralizado, recluido en nuestras casas, con miedo y temor de ser contagiados, e incluso de morir. Ha despertado en nuestras conciencias el valor de la vida, de la familia y, al mismo tiempo, nos hemos dado cuenta de nuestra vulnerabilidad, de los sistemas de salud, de la administración pública, que minimiza lamentablemente el número de fallecidos, y de una parte de la ciudadanía, que no nos damos cuenta de la magnitud del Covid-19, que hacemos poco caso de las leyes y ordenanzas de nuestras autoridades. Somos pueblos a los que nos falta mucha educación, el sentido profundo del bien común.
Quiero rendir un homenaje de amor y gratitud al soldado de capa blanca, en el lugar que le ha puesto la historia; que el Señor de la Pascua le dé fortaleza y bendiciones. Y, ¿por qué no? También al hombre de poncho y sombrero, que cultiva la madre tierra, pues no nos han faltado sus productos agrícolas. Nos hemos dado cuenta qué importancia tienen los profesionales de la salud y los hombres del campo. Valen mucho más que cualquier líder político y que los genios del deporte, que acumulan riqueza material que los hace importantes, pero no grandes para la sociedad.
Para pensar: “Venimos humanos, la religión nos separó, la política nos dividió, el dinero nos clasificó y el virus nos igualó” (Anónimo).
2 BREMER, Margot. “caminando juntos descubrimos los valores del otro” Ed. CONAPI-PARAGUAY 2016 Pag. 202